Las moléculas de la emoción

Si continuamos con este recorrido a nivel evolutivo, nos encontramos con el segundo cerebro denominado cerebro límbico o cerebro emocional, que es el que compartimos con los mamíferos, desde la rata hasta la ballena. Entre los órganos que lo comprometen se encuentra el hipotálamo, que podríamos descubrir en términos metafóricos como la farmacia más grande que existe, ya que allí se producen todas las moléculas de la emoción, que actúan sobre las conductas de los nativos digitales, que no son más que péptidos y neuropéptidos que convierten los pensamientos procedentes del córtex frontal en los diferentes tipos de emociones que nos caracterizan como la ira, el asco, el sexo, la felicidad, la angustia que actúa como un caldo químico que deja huellas muy profundas en el ser humano, ya que cualquier acto cognitivo, que se produzca a nivel del pensamiento, se encuentra atravesado por una emoción.

Entre otros órganos en el cerebro límbico se encuentra el hipocampo que se parece a un anillo circundante que separa los hemisferios cerebrales encargado de la memoria, también en todo el centro del cerebro se encuentra el tálamo que actúa similar a un radar de aviones, integrando todos los estímulos multisensoriales que llegan desde el exterior, para formar las imágenes mentales. De igual manera, también se encuentra la glándula pineal que controla el ciclo circadiano de los sueños y la amígdala que actúa como sede de los recuerdos emocionales que más nos afectan y son la base de la memoria de largo plazo. De esta forma se puede recordar mejor si dicha experiencia tuvo un tinte emocional fuerte que dejó huellas de por vida.

Uno de los aspectos más importantes del cerebro límbico es su capacidad para interactuar con la neocorteza y producir recuerdos declarativos, que no son más que la capacidad mental de poder declarar lo que de una u otra forma hemos experimentado o hemos aprendido. Para Joe Dispensa (2012) “La memoria declarativa o explícita nos permite recordar y declarar lo que hemos aprendido o vivido. Existen dos clases de memoria declarativa: la conceptual (la memoria semántica que almacena conocimientos filosóficos) y la experiencial (la memoria episódica que almacena experiencias sensoriales, hechos de nuestra vida vividos con determinadas personas, animales u objetos, mientras estamos haciendo o presenciando algo especial en un momento o lugar determinado). Los recuerdos episódicos se quedan grabados en el cerebro y el cuerpo durante más tiempo que los recuerdos semánticos” (P. 167). Las emociones no son sentimientos, sino que son el producto de las experiencias que hemos vivido y estas no existen si previamente no se ha producido conocimientos por parte del córtex frontal, donde se producen los sentimientos producto del contexto social-cultural, como el orgullo o la envidia. En palabras de Damasio las emociones corresponden al teatro del cuerpo y los sentimientos al teatro de la mente. De igual manera para este neurólogo “Los conocimientos sin la experiencia no son más que ignorancia” (P. 159). En este sentido, es necesario adquirir conocimientos y poderlos volver experiencias, para que de esta forma el cerebro humano los acepte emocionalmente.

Por último llegamos evolutivamente a la formación del tercer cerebro, llamado neocorteza, cerebro cognitivo o cerebro pensante que es el más reciente (3 millones) y a su vez el más evolucionado, ya que es la sede de los procesos que verdaderamente nos hacen humanos, y que gracias a esta zona cerebral podemos aprender, recordar, decidir, planear a largo plazo, analizar, racionalizar, predecir, elaborar grandes sinfonías musicales, construir todas las tecnologías digitales que existen actualmente, amar, sentir compasión, tener ética y moralidad en nuestros actos. De esta forma, la corteza cerebral y en especial los lóbulos frontales son el refugio de los actos más sublimes de la cultura humana y de otros, producto de la cultura que hacen mucho daño como la envidia, que para la Neurociencia no es más que la incapacidad de ciertos seres humanos, de no poder sentir la felicidad de los otros, o sencillamente es admiración con odio.

Fuera de lo anterior, este cerebro cognitivo nos conecta con la realidad exterior, para construir conocimientos y saberes que abrirán brechas para producir nuevas experiencias a través de todo el entramado de redes neuronales que hacen parte de la materia gris de los hemisferios cerebrales que por necesidad de expansión, se comprimieron en el cráneo, de forma similar a dos culebras pitones enrolladas, en los que las fisuras, hendijas y las circunvoluciones son características esenciales para las diferentes zonas o regiones que están en la neocorteza y que cumplen funciones específicas y diferentes (occipital, parietal, temporal, frontal). La neocorteza cerebral y especialmente los lóbulos frontales son la sede del consciente, a diferencia del cerebelo que es inconsciente, también es la encargada de nuestra identidad y de la conciencia y de otras funciones sicológicas superiores del ser humano. Para Joe Dispersa (2012) “La neocorteza es la arquitecta o diseñadora del cerebro. Nos permite aprender, recordar, razonar, analizar, planear, crear, especular sobre posibilidades, inventar y comunicarnos, como en esta región es donde se almacena la información sensorial como lo que vemos y oímos, la neocorteza nos conecta a la realidad exterior” (P. 157).

En síntesis lo que hace la neocorteza es el procesamiento general de las experiencias y de los conocimientos, a partir de conceptos o de teorías (memoria semántica), con los cuales se producen en las redes neuronales nuevas conexiones o aprendizajes. Recordemos que para Hebb “Las células nerviosas que se activan juntas se conectan juntas”. Lo cual significa que la poda neuronal de los niños y de los adolescentes se produce, porque muchas células nerviosas no están juntas, por lo tanto no se activan, es como si el cerebro dijera: si no te asocias, no aprendes o deseche lo que no se use. Vale la pena aclarar que, después de que la neocorteza construya estas nuevas redes, se hace necesario aplicarlas para poder crear una experiencia nueva, que en la mayoría de los casos las apropia el sistema límbico para convertirlas en nuevas emociones, que son su reiterada aplicación se convertirán en un hábito automatizado que utilizará el cerebelo para poderlo volver un programa inconsciente de larga duración.

CARLOS ALBERTO JIMENEZ V.

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